domingo, 27 de marzo de 2011

opacidad neutra.

Jamás entendí por qué aquella anciana se atragantaba cada vez que rezaba el rosario. Le gustaba rezarlo vestida de rojo y verde, tal vez fuese aquel el motivo.
El niño que coleccionaba pegatinas de la fruta se había metido debajo de la cama. Observó su álbum, donde estaban todas las pegatinas que había ido seleccionando para su colección. La había empezado en 1972.
La mujer del panadero estaba leyendo un libro sobre la fertilidad de los lirios. Se había tapado con la manta que su suegra le había hecho a ganchillo.
El vagabundo estaba comiendo una lata de sardinas cuando de repente alguien le echó una moneda en el vasito de plástico. Le dio las gracias en hebreo y luego continuó masticando.
La niña de las sonrisas perdidas sabía que aquel día de fiesta en el pueblo sería especial. Su madre seguramente le comprase algodón de azúcar de color amarillo, su favorito. Se puso el vestido de lunares y guardó un pétalo de tulipán en el bolsillo izquierdo.
El señor que fumaba en pipa se metió un caramelo mentolado en la boca. Había perdido al parchís la tarde anterior y estaba un poco triste. Desempañó con su aliento el cristal inferior de la ventana y contempló la calle. Nunca se había sentido tan desdichado.