domingo, 27 de marzo de 2011

otro desvarío más, total...

Cuando el niño salió del colegio y llegó a casa, se encontró a su madre sentada en una silla azul en la cocina. Él se sentó a su lado y comenzó a toquetear sus verrugas.
El hombre que acababa de comprar el periódico lo abrió y fue directo a la página de esquelas. Cayó una hojita de almanaque del año en el que nació su abuela materna.
La anciana ciega masticaba alas de mariposa los domingo por la tarde porque sentía que el mundo había muerto. A veces se abanicaba con un abanico de puntilla negro.
El bibliotecario corría por los pasillos del depósito montado en un carrito. Le encantaba hacerlo, pero no se lo quería contar a nadie. Lo que él no sabía es que sus compañeros también lo hacían.
Al bajarse del avión, la señora miró a su alrededor pero no vio a nadie conocido. Entró en el servicio y prendió una barrita de incienso. Olía a vainilla de India.
La modista colocó la jaula de su canario en la repisa de la ventana, le abrió la puerta y el pájaro salió volando hacia el norte, por encima de los tejados, pero sin llegar a alcanzar las nubes. La modista se puso la jaula en la cabeza dejando la puertecita abierta.
El profesor de gramática jamás había leído un libro. Su mujer era repostera a tiempo parcial y cuando llegó a casa decidió pintarle las uñas de los pies de color rojo. Luego se acostaron y ella se quedó embarazada y luego viuda.
La niña de las trenzas pelirrojas había encontrado un tubito de cristal en el que metió tres hormigas de color negro poniendo una gotita de agua azucarada dentro. Tapó los dos extremos con dos pequeños corchos, le puso un lazo y se lo ató al cuello. Era su nuevo collar.
El músico no sabía tocar el sí bemol con la trompeta y decidió suicidarse. Pensó que así llegaría a ser alguien conocido y la gente pensaría que tanto su vida como su personalidad era muy interesante. Otro más en la lista de artistas suicidas.

opacidad neutra.

Jamás entendí por qué aquella anciana se atragantaba cada vez que rezaba el rosario. Le gustaba rezarlo vestida de rojo y verde, tal vez fuese aquel el motivo.
El niño que coleccionaba pegatinas de la fruta se había metido debajo de la cama. Observó su álbum, donde estaban todas las pegatinas que había ido seleccionando para su colección. La había empezado en 1972.
La mujer del panadero estaba leyendo un libro sobre la fertilidad de los lirios. Se había tapado con la manta que su suegra le había hecho a ganchillo.
El vagabundo estaba comiendo una lata de sardinas cuando de repente alguien le echó una moneda en el vasito de plástico. Le dio las gracias en hebreo y luego continuó masticando.
La niña de las sonrisas perdidas sabía que aquel día de fiesta en el pueblo sería especial. Su madre seguramente le comprase algodón de azúcar de color amarillo, su favorito. Se puso el vestido de lunares y guardó un pétalo de tulipán en el bolsillo izquierdo.
El señor que fumaba en pipa se metió un caramelo mentolado en la boca. Había perdido al parchís la tarde anterior y estaba un poco triste. Desempañó con su aliento el cristal inferior de la ventana y contempló la calle. Nunca se había sentido tan desdichado.

avión a Helsinki.

La cuerda con la que se ahorcó el hombre era de muy buena calidad. Su madre estaba en casa haciendo calceta. Cuando le comunicaron el suicidio de su hijo se orinó encima.
La vecina tenía un pastel en el horno. Se limpió las manos en el mandil, se puso las manoplas de flores y lo sacó con cuidado. El olor a frambuesa se le metió en el pelo y sonrió. Esta vez había crecido mucho gracias a la calidad de la levadura.
El mecánico del taller llevaba el anillo de compromiso colgado del cuello en un cordón de oro. Esto era debido a que no tenía dedos anulares. Se los había amputado trabajando. A veces, su hija le besaba los pequeños muñones mientras le decía que le quería.
La anciana que daba de comer a las palomas grises y cojas todos los sábados por la mañana decidió no ponerse el pañuelo al día siguiente. Mañana debería de coger el tren, pero aún no estaba muy segura. Visitaría a su hermana y le contaría la anécdota.
Una chica recién graduada estaba tumbada en el campo. No estaba sola, sino con su mejor amiga. Ambas estaban tomando el sol en bikini y a una de ellas le asomaba el vello púbico allí donde la braga cortaba la pierna. La otra sonreía al sol. Se hicieron unas fotos y se fueron para casa.
El carnicero del pueblo estaba eviscerando un cordero cuando alguien entró por la puerta. Él se enteró por el sonido del artilugio que su hijo le había hecho con unas cuantas conchas y que colgaba encima de la puerta. Al ver al señor entrar, le saludó y comenzaron a hablar.
La niña que se escribía poemas en las manos solía borrarlos con lágrimas. Sabía que no llegarían a ninguna parte. Tras borrarse el poema del día anterior, se metió a la cama y se durmió.

viernes, 25 de marzo de 2011

en un estado de disonancias cognitivas continuado.'

Un saltamontes me hace un corte de mangas.

domingo, 20 de marzo de 2011

el soturno de turno.

Ausencia

Cuarenta metros cúbicos de soledad, el cuarto.
El abrigo en la percha, ahorcado,
el sombrero en la mesa, como un cráneo,
los zapatos,
uno delante del otro, echando el paso.
Y una escarpia negra posada en lo blanco.

Rosa Chacel.

viernes, 18 de marzo de 2011

episodios puntuales.-

"Oda al culo de Sergio FM"

Exiguo, raquítico, insignificante,
invisible después de la segunda dioptría,
el más parvo ejemplo que esa zona habita,
a medio camino entre la chapuza y el arte.

Simétrico a ambos lados de la frontera,
sufre a diario por ser un corazón partido,
y late sólido y los lunes líquido,
y a veces sin abrir la boca se queja.


Alba Flores.

domingo, 13 de marzo de 2011

el extremo permanente.-


Ella puede matarme con su sonrisa.

sábado, 12 de marzo de 2011

Child reading to elephant.

lunes, 7 de marzo de 2011

Había tantos «quizás» en su vida que no sabía qué hacer con ellos.

domingo, 6 de marzo de 2011

La sapiencia es magnífica, tanto o más como abrir a la primera una lata con abrefácil.

No, no es ningún aforismo famoso. Se me acaba de ocurrir.

sábado, 5 de marzo de 2011

Simone de Beauvoir.

viernes, 4 de marzo de 2011

Desequilibrios de medianoche,

Nos imagino a los dos en un descapotable rojo. En una carretera perdida de Norteamérica. A los lados solo hay paisaje de color verde pálido. De vez en cuando aparece alguna señal. Los asientos son de cuero y color crema. Son bastante mullidos. 
Tú llevas una falda turquesa plisada y una blusa de color claro, crema también. Y un pañuelo en la cabeza y unas gafas de sol oscuras. Y una flor roja en el pelo. Los zapatos negros son de tacón alto.
De repente, te quitas el pañuelo y lo sujetas por encima de tu cabeza. El viento lo ondea. Y sonríes. Eres feliz.
Continuamente suena Stay the night y tu sonrisa no cesa. 
El coche se detiene y bajas. Sigues sonriendo. 
Todo te encanta. Nos hacemos fotos juntos para inmortalizar la felicidad y observarlas cuando envejezcamos.
Te sientes una más de la Generación beat.

A ti, mi hache muda preferida.

a ti.

Querida Evita,

todas esas palabras que no te dije
todas las caricias que no te di,
ahora duelen más que nunca.

Recuerdo el dulce olor de tu pelo.
Nunca te quise tanto como lo hago ahora.

Creo que te necesito
pero ya es demasiado tarde.

sobre el arte de utilizar asteriscos en tu vida diaria;

HOY y ahora.

Estoy sentado frente al ordenador.
Tengo un rotulador azul entre los labios.
A veces lo muerdo.
El móvil encima de la mesa.
Bebo un sorbo de agua de una botella de un litro.
Está un poco caliente.
Ocho libros enfrente de mí.
Y un folleto.
En posición horizontal.

Lentamente
me convierto.