domingo, 27 de marzo de 2011

avión a Helsinki.

La cuerda con la que se ahorcó el hombre era de muy buena calidad. Su madre estaba en casa haciendo calceta. Cuando le comunicaron el suicidio de su hijo se orinó encima.
La vecina tenía un pastel en el horno. Se limpió las manos en el mandil, se puso las manoplas de flores y lo sacó con cuidado. El olor a frambuesa se le metió en el pelo y sonrió. Esta vez había crecido mucho gracias a la calidad de la levadura.
El mecánico del taller llevaba el anillo de compromiso colgado del cuello en un cordón de oro. Esto era debido a que no tenía dedos anulares. Se los había amputado trabajando. A veces, su hija le besaba los pequeños muñones mientras le decía que le quería.
La anciana que daba de comer a las palomas grises y cojas todos los sábados por la mañana decidió no ponerse el pañuelo al día siguiente. Mañana debería de coger el tren, pero aún no estaba muy segura. Visitaría a su hermana y le contaría la anécdota.
Una chica recién graduada estaba tumbada en el campo. No estaba sola, sino con su mejor amiga. Ambas estaban tomando el sol en bikini y a una de ellas le asomaba el vello púbico allí donde la braga cortaba la pierna. La otra sonreía al sol. Se hicieron unas fotos y se fueron para casa.
El carnicero del pueblo estaba eviscerando un cordero cuando alguien entró por la puerta. Él se enteró por el sonido del artilugio que su hijo le había hecho con unas cuantas conchas y que colgaba encima de la puerta. Al ver al señor entrar, le saludó y comenzaron a hablar.
La niña que se escribía poemas en las manos solía borrarlos con lágrimas. Sabía que no llegarían a ninguna parte. Tras borrarse el poema del día anterior, se metió a la cama y se durmió.